jueves, 5 de noviembre de 2009

El fuerte de San Cristobal

FUERTE DE SAN CRISTOBAL – NAVARRA

En un principio se ideó como fortaleza defensiva, pero con el paso de los años su finalidad varió. Entre 1934 y 1945 se utilizó como penal militar. Tras la Revolución de Octubre de ese año inicial, centenares de eibarreses y asturianos fueron encerrados en las numerosas galerías de la fortaleza, distribuidas en tres niveles de altura conformando más de 600.000 metros cuadrados de presidio. La fortificación no estaba ideada como penal y se convirtió en un foco de insalubridad en el que se propagó la tuberculosis y se detectaron numerosos casos de raquitismo entre los presos. El lugar lo tiene todo para detectar psicofonías.
En los registros de la época consta que entre 1937 y 1945 murieron más de 300 personas por enfermedad y “traumatismos” como así los calificaron. A estos hay que sumar los cerca de 225 presos fusilados en 1938 tras un intento de fuga, de los mayores que se han registrado en la historia de los penales. En ese año, más de dos mil personas ocupaban sus celdas en condiciones pésimas. “Una vez, pusieron  la grabadora junto a la verja en la que los fusilaron y se escuchaban gritos de desesperación, suplicas. En San Cristobal hay una energía muy fuerte”. En 1991 el último retén militar de vigilancia abandonó el fuerte que, a día de hoy, pertenece al Ministerio de Defensa y fue declarado Bien de Interés Cultural en 2001.
Entre el camino y la fortaleza hay una gran fosa de más de diez metros de ancho y veinte de caída que se construyó como sistema de defensa. 
Justo después se popularizaron los aviones y el armamento de artillería pesada. Un investigador en psicofonías se dirigió en una de tantas ocasiones a el fuerte, pasadas las diez y veinte de la noche se planta frente a las escaleras que conducen hasta las profundidades del foso que recorre toda la fortificación. Las escaleras están heladas, son estrechas y la ausencia de barandilla deja abierta la puerta al abismo.
Nada más bajar el último peldaño, desconecta el mobil para evitar interferencias y enciende una grabadora. “Tengo normas cuando voy a los sitios. Lo primero que hago es presentarme, digo mi nombre y que quiero conocer la historia de los que están aquí”. Antes ha estudiado algo sobre la historia de San Cristobal. “Después digo la hora y el minuto en el que llego y la temperatura que hace”. Sujeta la grabadora sobre la cabeza con las gomas del frontal para tener las manos libres y evitar que interfieran ruidos al golpearla. Apunta hacia arriba y no la detendrá hasta que termine la sesión. “Siempre digo que hay que venir meado, lavado y cagado, como al trabajo”, él lo hace como escayolista en la empresa familiar, “y no hay que manchar ni destruir el sitio, hay que ser muy respetuoso con el entorno”. Quienes pasaron antes por aquí no debían conocer sus normas, puesto que todo el edificio está lleno de pintadas y pueden verse numerosas botellas, latas e intentos de hogueras por sus rincones.
Es la octava vez que acude a San Cristobal. Tiene ya un itinerario. El primer paso es establecer un “campo base” en el nivel superior de los polvorines. Una pequeña habitación en la que se instala para descargar el material. Pero antes de llegar está la puerta metálica sobre la que extrajo los gritos de los fusilados. Está de camino. En la pared todavía se aprecian 12 agujeros de bala. “Es la entrada a lo que antes era la comandancia. He puesto grabadoras aquí y una vez escuché con total nitidez, los tacones de aguja de una mujer bajando las escaleras. Se escuchaba hasta su respiración. Y estábamos sólos”
Deja para más tarde la misteriosa verja de los fusilados y se adentra en el recinto de los polvorines. Una vez en el campo base, establece un círculo de seguridad. “Coloco velas encendidas en el contorno de la habitación para que no puedan cruzarlo las energías. Además pongo algunas como recuerdo de los que están aquí y cuando me voy siempre dejo una vela encendida”. Muestra verdadera devoción y profesionalidad. “Normalmente llevo casco y botas de seguridad. Además hay que llevar cazadoras que no metan ruido al andar, que no suene la fricción. En la parapsicología hay personas que perciben esas energías más que otras, yo soy muy sensible y las siento a mi alrededor. Hay lugares en los que te pones más tenso que en otros, o estás más incomodo, depende del tipo y de la fuerza de esas energías”.
Prepara el material. Lo primero que instala es la estación meteorológica. Esta le indica la temperatura ambiente y la humedad. Nueve coma seis grados centígrados. “La temperatura puede indicar la presencia de energías. Si baja bruscamente significa que junto a ti hay una energía, si sube, no hay ningún problema”. Después reconoce que en la parapsicología no hay ciencia cierta. Tiene un ordenador portátil, cinco grabadoras, varias linternas y frontales, dos cámaras de vídeo con visión nocturna, dos cámaras fotográficas y un detector de movimiento que ha prestado a su hermana y no ha podido llevar en esta ocasión. “Además llevo un kit de supervivencia por lo que pueda pasar. Tiene cerillas, una navaja, un silbato por si hay un desprendimiento y me quedo atrapado, un pedernal para hacer fuego, dos brújulas, chubasquero y una manta”. Todo ello en un pequeño maletín sujeto a la cintura. “He llegado a estar 48 horas seguidas en un mismo lugar”.
En el campo base deja una segunda grabadora y sale al pasillo contiguo y central del edificio para colocar la primera cámara de video. “Hay muchas maneras de captar imágenes de energías y también es difícil fiarse sin ver cómo se hace, he visto fantasmas con sombra en algunos videos”.
Empieza a sacar fotos. A cuartos, escaleras y pasillos. 
Saca dos seguidas de un mismo punto. “Así se ven las orbes de energía, bolas luminosas que aparecen en las fotografías. Los que no creen dicen que es polvo, pero si fuera polvo saldría en las dos fotos y no es así”. Vuelve a la habitación de referencia. Los techos de las galerías son arqueados y muy altos. Las paredes lisas y desnudas transmiten frío.


 Empequeñecen a uno. Reina un silencio absoluto en la oscuridad. Prepara las grabadoras que repartirá por otras salas. Está nervioso, emocionado. “Esto me encanta, me da vida, hace que me sienta especial. Vengo e intento hablar con algo que está fuera de nuestro plano, con algo que quiere comunicarse con nosotros”. El es ateo y tiene muy claro que no está loco, pero cree en la energía que queda tras la muerte de una persona.
Lleva un cuaderno con preguntas. “Puedes preguntar lo que quieras; ¿quiénes sois?, ¿estáis en este plano?, ¿hay más como vosotros?, ¿nos podéis tocar?, ¿ver?, ¿necesitáis algo?, … Lo más frecuente es que hablen cuando nosotros hablamos. Normalmente no les escuchas en el momento pero sí puedes escucharles en las grabaciones, con el ordenador portátil. Hay que tener un oído muy fino que incluso se trabaja para afinarlo”. Con las grabadoras preparadas, la luz de su frontal y otra linterna de mano baja las escaleras que conducen hasta la planta baja de los polvorines.
El trayecto lo graba con la segunda cámara de vídeo. “Hay un campo magnético”, detecta a medio camino, “es cuando se desenfoca la cámara de visión nocturna”. Llegamos a la sala más profunda. Hay varias pintadas con simbología demoníaca, cuatro litronas de cerveza y los restos de una hoguera. Enciende la segunda grabadora y después de registrar la temperatura y la hora pregunta: “¿Hay alguien aquí además de nosotros?” Espera unos minutos. “¿Estais muertos?” No obtiene respuesta. El silencio es absoluto, no se mueve nada de viento en el interior y lo único que altera el silencio en contadas ocasiones es una gotera de la nieve derretida. Hace varias preguntas más y aprovecha para sacar fotos y grabar en vídeo. Después, coloca esa tercera grabadora en un rincón y continúa el recorrido por los polvorines de San Cristobal.
En su ascenso a la planta superior, toma un pasillo de no más de cincuenta centímetros de ancho. “De normal paso la noche entera en el sitio al que voy. Llego el sábado por la tarde y me quedo hasta el domingo por la mañana. Me llevo una mesa desplegable muy ligera y una silla para estar más cómodo”. Si tose, estornuda o se tira un pedo lo registra así en la grabación para que al escucharla no le confundan.
Continúa la expedición y coloca la cuarta grabadora en otra sala. El edificio está completamente vacío. En todas las grabadoras registra la hora, la temperatura y el lugar en el que la deja. Después formula algunas preguntas. Y espera. “¿Nos conoceis a alguno de los que estamos aquí?”. Silencio.
Con dos grabadoras colocadas en las más remotas habitaciones de los polvorines, una en el campo base y otra en la cabeza, camina hacia la puerta metálica del comienzo donde al parecer, fusilaron a los fugados. Lleva una hora y treinta y cinco minutos de grabación. “Cuando vengo con gente nueva a la que le da miedo pongo luces por el camino para que vean un poco mejor”. Se planta frente a la puerta metálica. Da al foso que recorre la fortaleza. El cielo continúa completamente despejado y el termómetro registra cero grados de temperatura. De pronto, se percata de que uno de los barrotes de la puerta está doblado. “Lo han abierto”. Se apresura a entrar. Es una pequeña sala, más bien parece una especie de recibidor. Hay escaleras de piedra en uno de sus laterales que conducen al interior de lo que, según él, antes fue la comandancia del fuerte. Las sube. “Han tapiado la puerta como en los nichos; lo han llenado de mortero y han clavado tablas a lo ancho de la puerta”. Desde lo alto de las escaleras se ve toda la sala. En el suelo de entrada hay unas enormes piedras, pero el techo y las paredes están completas. Con la quinta grabadora ya encendida comienza a formular preguntas. “¿Cómo moristeis?”
No se ha cruzado con ningún cartel que prohibiera el paso a la fortificación en todo el trayecto. Pero sabe dónde hay uno. “Siguiendo el foso hacia allí abajo”, asegura, pone 'prohibido el paso, zona militar'. Esta noche no bajará.
Una vez terminada cada sesión, edita vídeos con los sonidos y las fotografías capturadas para después subirlos a internet. “Las grabaciones de vídeo que hago las veo fotograma a fotograma para que no se me escape nada. De las grabaciones de audio siempre guardo los originales y publico sólo las psicofonías que veo que lo son con claridad. Las escuchamos entre varias personas antes”. Asegura querer retransmitir alguna sesión en directo, “que la gente pueda vivirlo en primera persona, eso les encanta, vivirlo en directo. Conozco gente en Mallorca que pagarían por estar donde estamos ahora mismo”.
Sale al foso después de cruzar las estrecheces de los barrotes. Es la una menos veinte de la madrugada. Camina hasta llegar a una gran cuesta que conduce a la zona en la que vio el cartel que prohibía el paso. En lo alto se detiene. “Yo no paso miedo, lo que me da miedo es la ouija porque estás invocando algo que no es bueno. Muchos me dicen que olé por mi valentía por meterme en estos sitios, otros se animan a probar y otros no se creen nada. Lo que ocurre es que muchos de los que dicen no creer, después de hablar con ellos, te das cuenta de que no creen porque tienen miedo. Pero en esta vida hay que tener más miedo a los vivos que a los muertos. Una vez llevé a un amigo, que es guardia civil, a una casa abandonada de Alfaro que perteneció a unos marqueses que habían tenido un final trágico. Después me dijo que nunca había pasado tanto miedo. Llevaba la pistola en la mano”.
De pronto algo se escucha desde los polvorines. A unos cien metros de donde se encuentra. Un sonido agudo y algo prolongado. “¿Un grito?”, se pregunta mientras direcciona el oído con un gesto de cuello. Vuelve sobre sus pasos. Regresa al campo base a esperar. “Al hablar no hay que susurrar porque es una falta de respeto para quienes están aquí”, comenta en el camino. Además al escuchar luego las grabaciones pueden confundirte tus susurros”. A las dos de la mañana el frío empieza a entumecer los huesos y después de cuatro horas de investigación de campo decide recoger. En las grabadoras que va recogiendo registra la hora de finalización y la temperatura. “Seis grados centígrados”. Con todo el equipo recogido y la temperatura exterior en negativo vuelve hacia la furgoneta. La sesión ha terminado y apaga la grabadora de la cabeza antes de subir las peligrosas escaleras para salir del foso. Ahora queda lo más importante, escuchar las grabaciones para ver si hay psicofonías.
En este punto es en el que entran en conflicto distintas teorías. En la interpretación de los sonidos y en la manera de capturarlos. Para escuchar una sola vez lo capturado en esa noche con las cinco grabadoras necesitará un mínimo de 15 horas. Y cada grabación ha de escucharla varias veces hasta localizar las posibles psicofonías. Después selecciona esos fragmentos y vuelve a escucharlos repetidamente. Lo hace nada más volver de San Cristobal. Ese 27 de noviembre de 2010 estará todavía hasta las seis de la mañana escuchando grabaciones. El comienzo de estos métodos de investigación de lo paranormal datan al parecer de 1959 cuando un productor de documentales estonio llamado Friedich Jürgenson intentó registrar el canto de los pájaros para uno de sus trabajos.
Utilizó un pequeño magnetófono cerca de un bosque de las proximidades de su casa y guardó silencio mientras realizaba diversas grabaciones. Al reproducir la cinta, según asegura en sus escritos, el audio era nítido y se escuchaba a la perfección el trinar de los pájaros, pero comprobó que en la grabación parecía como si alguien imitara a los pájaros, estropeando la toma, para después escuchar la voz de alguien hablando en noruego, y hablando sobre esa manera de trinar. Desechó la grabación pensando que alguien se había introducido en la zona del magnetófono. Al día siguiente repitió la operación, en la misma zona, observando primero que no pudiera haber nadie. Cuando volvió a reproducir el aparato, junto al canto de un pinzón, una nueva voz se escuchaba perfectamente, pero en esta ocasión creyó reconocer la voz de su madre, fallecida, diciéndole algo que sólo ellos conocían: el nombre cariñoso y familiar con que su madre le llamaba. Según Jürgenson, en la grabación se escuchaba algo así como Friedel... mi pequeño Friedel... ¿Puedes oírme?
El experto al que seguimos asegura que suele obtener respuesta en las preguntas que formula. “En San Cristobal, en una de las sesiones saqué una voz en euskera que decía txakurra y también he recogido palabras en francés. Hay quien dice que son interferencias de radio pero no puede ser porque cuando haces preguntas responden”. Para evitar esas posibles interferencias radioeléctricas, un físico llamado Michael Faraday diseñó un artilugio con el que anular esos campos electromagnéticos externos. La jaula de Faraday. El también las utiliza, tiene cajas hechas por él, de todo tipo de materiales, pero no le transmiten seguridad y dejó de emplearlas. Otras teorías intentan restar credibilidad a estas capturas. Una de las primeras que trató de explicar estos fenómenos sostenía que en realidad eran ventriloquías inconscientes de los propios investigadores. Otros lo definen como pareidolía. La interpretación de un estímulo vago y aleatorio como algo ordenado y comprensible. Igual que cuando se reconocen figuras en las nubes del cielo. En cualquier caso, todos estos argumentos se basan en las carencias de la no aplicación de un método científico o mejor dicho verificable.
El sonido de lo que se grabó
Algunos escuchan lo que quieren escuchar. “Te puede traicionar el subconsciente cuando escuchas las grabaciones por eso nosotros las analizamos entre varios”. Pone una vez más el sonido captado con la grabadora que llevaba en la cabeza. Lo analiza con un programa de sonido de su ordenador que le muestra las ondas espectro de lo registrado. Una gráfica de nubes que van del color púrpura al azul según el tipo de sonoridad. Se escuchan las conversaciones con cierta nitidez. Por momentos parece que sobre las voces aparezcan otras de fondo.  El cree haber descifrado alguna. “No pares”, entiende en una de ellas. Se percibe algo. Una especie de susurro que surge entre las conversaciones. “En esta parece que dice ven”, y la reproduce varias veces. “Qué falso dios entiendo en esta”, escucha con mucha atención.
http://soundcloud.com/iciganda/no-pares
Es difícil de explicar pero parece como si una voz rasgada, anciana incluso, pronunciara esas palabras. Es como si alguien estuviera hablando de fondo durante la conversación. Por fin, llega a las que más le han impresionado. “A las dos horas y cuarenta y tres minutos de grabación hay un grito”, asegura mientras pulsa el play. Y efectivamente, parece un grito.
Si no supiera que no había ningún hierro que pudiera caer, pensaría que era un hierro cayendo. Es un sonido particular. Tiene más. “En este entiendo que dice chicos. En este otro no hables a partir de ahora, pero luego empezamos a hablar”.

Lo que más le llama la atención de la grabadora que dejó en el campo base es un fragmento en el que entiende "cómo te llamas". Una especie de trasfondo que cubre la conversación que hay en ese momento. Un sonido que aparece fugazmente, lejano, envolviendo sus palabras. Todos en forma de susurro, ocultos. El las descifra partiendo de los golpes monosílahos.


Después de horas de investigación sobre el terreno y un mayor número de horas tratando de descifrar fenómenos paranormales frente al ordenador se archivan los documentos. Los guardará sin una verdadera certeza pero con una fuerte convicción.
Ninguna de las fotografías han sido retocadas aunque debo reconocer que mi máquina era de muy aficionado. Respecto de los "audios", los escépticos quizá prefieran escucharlos antes de saber la interpretación, puesto que puede, sin duda, direccionar nuestro entendimiento. Para quienes estamos dispuestos a creernos casi todo, también es interesante escucharlo sin saberlo. Una pequeña prueba, sin mirar: ¿se corresponden los nombres con lo que se escucha?