jueves, 5 de noviembre de 2009

las luces de brown mountain

LAS LUCES DE BROWN MOUNTAIN

El misterio de la aparición de extrañas luces en las laderas de las montañas, en los caminos, o en los bosques, ha conformado una parte importante de las apariciones en las leyendas y el folclore. Algunos decían que se trataba de almas en pena, que engañaban a los viajeros llevándoselos a páramos solitarios. En partes de Europa creían que eran espíritus benignos y que, si se  excavaba en el lugar que indicaban esas llamas durante la  noche del 30 de abril al 1 de mayo, conocida como la noche de las brujas, se descubrían tesoros. En otros lares, se pensaba que su visión deparaba algo trágico. Pero fueran buenas, malignas o indiferentes, esas luces no han sido producto del imaginario popular; miles de personas han dado testimonio de ello.
En Norteamérica tenemos muchos casos. En algunos se ha podido hallar una explicación, como en el de los fuegos fatuos que se producen en la cercanía de los pantanos o en los cementerios. Su misteriosa naturaleza –aunque no su belleza– se ha desvanecido. Pero no todos los casos, en algunas ocasiones de comportamiento inteligente, han conseguido ser explicados con facilidad. Se trata de luces espectrales que se resisten a encajar en pautas lógicas, silenciosas, a veces pálidas, otras, de colores centelleantes, que oscilan en el aire y trazan movimientos de difícil factura.
Las primeras observaciones del fenómeno empezaron en la década de 1850 en las cercanías de Rattlesnake Knob, en Carolina del Norte. Los lugareños afirmaban observar una serie de luces, a veces rojas, a veces de un blanco amarillento, que aparecían sobre la meseta de Brown Mountain, de unos 800 metros de altura, situada en los montes Apalaches. Ya habían sido vistas durante más de 60 años cuando las apariciones saltaron a las páginas del Charlotte Daily Observer el 13 de septiembre de 1913. Un pescador –el río John discurre junto a la montaña– afirmaba ver “cada noche, por encima del horizonte, una serie de luces misteriosas, de color rojizo y de una forma completamente circular”. Otros testigos apuntaban que las luces solían aparecer a las siete de la tarde, duraban unos treinta segundos y después desaparecían para reaparecer consecutivamente, unas 4 ó 5 veces, antes de apagarse por esa noche. Otros hablaban de una única luz que se elevaba desde la montaña, flotaba y después desaparecía “como un cohete al estallar”.
En primera instancia hasta allí se desplazó D. B. Stewart, investigador de la United States Geological Survey, para estudiar los fenómenos, que afirmó que se trataba de las luces de las locomotoras. Poco después, en 1922, una investigación aparentemente más cuidadosa, determinaba que el 47% de los fenómenos tenían su origen en los faros de las locomotoras, un 33% en los coches y el resto en luces fijas e incendios. El informe de la Geological Survey añadía que el terreno era alternativamente polvoriento y neblinoso, lo que creaba un efecto refractario en el aire.